sábado, 9 de abril de 2011

Maravillado.

Hay muchas cosas que me gustan, me llaman la atención, captan mi mirada y la focalización de mi ser. Pero todas ellas se reducen (por más que no se trata de un reduccionismo, cosa que aborrezco) a dos categorías mínimas y, a la vez, máximas: EL HOMBRE y LA PALABRA. Ambas son necesarias para la otra: no hay palabra sin hombre ni hombre sin palabra que lo signifique.
El hombre, no se si es el ser más evolucionado o que será, pero definitivamente es una especie compleja de por sí. No puedo entender, no puedo creer, la existencia de aquellos paradigmas que busquen reducirlo a nada más que cosas tangibles: el Hombre es mucho más que eso, y no hablo de alma ni ninguna cuestión de índole religiosa. Es rebuscado, complicado, creador de bellezas tales como el arte y, a la vez, desastres como las guerras. Es contradictorio y, justamente en esa contradicción, esta su esencia. Imaginarme aquello simbólico que nos rodea, nos ata y nos atañe en la cuestión del Ser lo que sea que seamos. Cubiertos por una capa de entendimientos y desentendimientos nos encontramos constantemente vagando, buscando al otro para que nos acompañe cuando, en realidad uno se busca a sí mismo durante toda su existencia. Los modos de vida diferentes que pueden existir, las imposibilidad de que existan dos personas iguales en la faz de la tierra, la subjetividad vagando por los mares de los sujetos, la construcción idiomática y su capacidad de crear realidades. La palabra.
La palabra que, en su máxima expresión, hace presente algo que está ausente. Es esa simbolización que nos une y hace posible el manejo por un plano de significados diferentes según el sujeto de que se trate. Es la literatura que produce sentimientos en quien lee, la palabra que tienen efectos por más que no es nada más (supuestamente) que un conjunto de sonidos, vibraciones en laringe o vaya uno a saber qué. Uno es en base a las palabras que utiliza y que le sieron asignadas, el idioma nos determina en esa posibilidad de pensamiento. La palabra une a las personas, sin la palabra seríamos meramente corporales, de choques y contacto permanente. La palabra hace posible la subjetivación a la vez que la comunicación (en un mismo viaje de ida y vuelta).
Simplemente no se. Maravillas de la vida cotidiana.


"se burlarán de mi, qué nadie sepa mi sufrir"

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